Vamos a iniciar una serie de tipos madrileños retratados "a vuela pluma”
por José Jackson Veyán , profesiones que
durante el siglo XIX y comienzos del
siglo XX eran habituales de los
madriles y hoy total o casi desaparecidas , y que inundan la literatura y el teatro de la época . Evocamos en el recuerdo: el sereno, las castañeras, los aguadores, las
modistillas, y como no el barquillero…Hoy empezamos por los todavía añorados “serenos”:
EL SERENO
Lechuza con farolillo:
mochuelo con gabán ruso:
búho con gorra de chapa
o murciélago con chuzo,
más que un ser humano es
un pajarraco nocturno.
Antes era observatorio,
aunque bastante confuso,
que pregonaba si el cielo
estaba claro u obscuro.
Reloj de repetición
que con grito campanudo
daba la hora por las calles,
y hasta daba los minutos;
pero el progreso, que en
todo
se mete, lo dejó mudo,
y hoy es guardián del comercio
que ni aun así está seguro,
pues hay cacos muy serenos
en lo de andar al rebusco,
y con gran serenidad
dan al sereno un disgusto.
No todos son de Galicia,
pero gallegos hay muchos,
porque el oficio requiere
un carácter cachazudo,
y necesita de calma
mucho más que de discurso.
Él tiene del vecindario
formado el juicio más
justo,
y sabe que las del dos
suelen recibir algunos
parientes del cuando en
cuando,
y todos primos segundos.
Él sabe que a la del seis
suele acompañarla un viudo,
los impares, y un casado
los pares. Tiene dos
turnos.
Él sabe que don Pepito,
que es un viejo verdi-rubio
en cuanto duerme a su
esposa
se sale por esos mundos,
y vuelve al amanecer
casi siempre dando tumbos.
Sabe que la del catorce
tiene el marido en
consumos,
y cuando él está de
guardia
le abre a un señor don
Canuto,
que dice que va al tercero
y se mete en el segundo.
Él sabe que ha de dejar
entornado el treinta y uno,
porque hay unas señoritas
que dan clases de dibujo
y es claro que a todas
horas
entran y salen alumnos.
Todo lo sabe el sereno,
y aunque viste paño burdo,
sabe distinguir de clases
y sabe ganarse un duro.
Desde las doce a las dos
no cesa nunca el tumulto,
y están las ochenta llaves
siempre en danza y siempre
en uso.
A las tres llama en la
tienda
de vinos de otro farruco,
que aunque está cerrada
tiene
los parroquianos ocultos.
Allí se toma tres limpias
y como el invierno es
crudo,
se acurruca en el portal,
y en menos de dos
segundos,
aunque cantar le prohíben
roncando canta el Nabuco.
Como un gusano de luz
mal escondido en el surco,
allí termina la noche,
y antes que el sol
rubicundo
vierta sus primero rayos,
se levanta taciturno;
apaga el farol; bosteza;
busca otra vez el refugio
de la taberna; se atiza
dos del amilíco impuro,
se va derecho a su casa,
le da a su mujer el chuzo;
y cuando el mundo
despierta
duerme para todo el mundo.
José Jackson Veyán
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