Tras un periodo de descanso retomamos
el blog con un nuevo post que hoy dedicamos a uno de los artículos en prosa que publicaba Jackson Veyán
en los periódicos y luego reunía en un libro para sus seguidores.
No necesita de más explicación
que su propia lectura: Nos muestra como siempre, a un Jackson Veyán ingenioso,
al cabo de los placeres culinarios, al mismo tiempo que consciente de la “necesidades sociales”, reflejo de la
época que vivió. Como siempre algunas de sus reflexiones cobran hoy día
actualidad.
Ojo,…abstenerse hambrientos
BARRIGA LLENA....
No cabe la menor duda de que á Dios alaba.
Después de haber comido bien no
se le ocurre á nadie salir con un trabuco á la carretera.
A un hambriento se le ocurre eso
y mucho más.
El estómago y el cerebro están
íntimamente relacionados. Son dos buenos amigos qué sé comunican sus
impresiones y que comparten sus alegrías y pesares.
A
estómago vacio, entendimiento huero, por más de que cuatro poetas
que han perdido la esperanza de comer sostengan lo contrario.
¡Qué de ideas generosas y de
pensamientos sublimes despiertan una rosca, una botella de vino y un bisteff
con muchas patatas! .
Los españoles tenemos la barriga
en el mayor abandono, y así nos vemos los pobrecitos españoles.
Gazpacho frio en
verano y caliente en invierno en Andalucía, pote
en Galicia, arroz en Valencia y cocido en Madrid. Con esos alimentos no se va á ninguna parte, antes al
contrario, se nos vienen encima á
cada momento.
¡El gazpacho!... Triste condena á pan y agua.
¡El pote!... Nabos, verduras y judías, ó sea un pot-pourrit de aires
nacionales.
¡El arroz!... Alimento chino muy
propio para refrescar cuando es un arroz
cocido, y no en forma de paella,
en cuyo caso es un arroz de espectáculo,
con sorpresas de pollo y de jamón.
¡El cocido!... Permitidme
derramar una lágrima ante el recuerdo de ese enemigo de toda mi vida.
Garbanzos y patatas, un poco de
carne y un miligramo de tocino. Con
eso vivimos medio Madrid, y luego se extrañarán de que haya suicidios, y de que
se ahorquen relojes, y de que todos queramos
ser ministros.
Como que los ministros tienen principios, cosa de que carecemos toaos los
artistas de corto vuelo y empleados de poca pluma.
A nadie más que á un español se
le ocurre cocer en un puchero garbanzos, patatas, carne y tocino con agua y
sal, beberse la sustancia como entrada y
luego, como plato fuerte, comerse el
resto.
Cada vez que tropiezo con un
inglés, lo que me sucede con frecuencia, y !e veo los ojos inyectados en carne
cruda y las narices amoratadas por el coñac, suspiro con envidia, porque ese
inglés tiene fuerza, y es amante de su familia y hasta de su patria.
Los españoles tenemos que renegar de todo:
como que estamos cocidos por nuestros
cuatro costados.
Los cocineros italianos dan el queso con excesiva frecuencia,
pero sin embargo, yo los admiro con sus macarrones
y todo.
De la cocina francesa no
hablemos.
Esa es la aristocracia del arte.
En Francia un cocinero es un
doctor en ciencias exactas, con gorro blanco.
Presentan en sus platos la
coquetería del amor, las inconstancias de la política, las ilusiones del arte.
Allí hay manjares para novios,
para recien casados y para viudas con hijos.
Allí á un general se le sirven
corazones de gallo y riñones de león, y á un ministro se le dan lenguas de
cotorra y camaleones en salsa.
Por eso Francia es el primer estómago del mundo civilizado.
Un hombre harto es incapaz de
meterse con nadie. Por eso los españoles andamos siempre á bofetadas unos con
otros.
El hambre es la enfermedad
nacional que nos consume.
Si los soldados, comieran mejor,
qué pocos regimientos se sublevarían.
Si los empleados postales y telegráficos no comieran tan
mal, qué pocas cartas se perderían y qué pocos telegramas sufrirían retraso.
Un ordenanza que cobra seis
reales es imposible que pueda con el peso de seis despachos; por eso tarda seis
horas en llevarlos á los destinatarios.
Dá pena entrar en una oficina del
Estado y ver á los pobres escribientes de
la rueda.
Son cadáveres con un nombramiento
oficial, y así los expedientes se mueren poco á poco por falta de nutrición.
Mucha fibrina, mucho fosfato de cal
y mucho hierro sobre todo, necesita
este desdichado país si ha de levantar la cabeza.
Los empleados particulares tienen
mejores vistas que los públicos, v están colorados y robustos, salvo escasas
excepciones.
Un estómago vacio es un bolsillo
sin dinero.
El jugo gástrico trabajando sobré las paredes que lo encierran, es
como un perro que trata de saciar el apetito mordiéndose el rabo.
Y la cabeza, que es un piso principal que tiene la cocina en el
entresuelo, y siempre está asomándose
á abajo aguardando que el perezoso ascensor le suba los alimentos, ¿qué pensará
cuando sólo llegan hasta ella los sordos gritos de las tripas que se muerden
unas á otras por no poderle proporcionar al señorito
de arriba el atómo viviente que necesita para sus continuos trabajos?
Un pobre, honrado, es un milagro
de la naturaleza. ¡Estamos expuestos á tantas tentacionesl
Dicen que la -privación es causa
del apetito. Yo creo que la privación es causa del hambre, así como el hambre
es causa del crimen, casi siempre.
Comer bien es sinónimo de obrar
bien, á pesar de todas las filosofías de los hombres de talento que no comen.
Una mesa llena de luces y de
flores, y servida por camareros con frac, que parecen diplomáticos con
servilletas al hombro, es de lo más consolador que puede ver el hombre.
Las aceitunas llenas de jugo y
húmedas por fuera, como si derramaran lágrimas por la hermosa Sevilla que les
dio su cuna; el salchichón de Lyon con sus incrustaciones de gordura blanca; la
cabeza de jabalí que parece que guiña el ojo; las anchoas nadando en aceite; el
artístico ramillete, palacio de guirlache y de huevo hilado, que tiembla por la
suerte que le aguarda; el champagne, elemento revolucionario que se revuelve en
su encierro con la alegría del porvenir, porque sabe que ha de saltar al fin y
al cabo y ha de trastornar todas las cabezas... Ese espectáculo es sublime, y
despierta en todos los corazones el deseo de las grandes conquistas y de las
más difíciles empresas.
Los autores, franceses, que son los únicos que
comen bien, de sobremesa fraguan sus problemas dramáticos y sus intrigas cómicas.
Pensando en la digestión de los
vecinos se inspiran los pocos españoles que ganan algo con la pluma.
¿Qué hacen los políticos cuando
no encuentran la solución práctica de una crisis?
Arrojarse en brazos de Lhardy ó
de Fornos, que son los que se encargan de salvar las dificultades y de hermanar
las opiniones contrarias.
Después de un banquete no hay un
diputado que no sea ministerial, si el ministerio es el que paga.
Barriga
llena... á la situación alaba.
¡Quién pudiera comer bien para elevar
el pensamiento y purificar el alma!
¡Yo os odio, garbanzos míos, con toda la rabia de mi corazón!
El hambre no puede inspirar más
que horrores.
¿Quién se acuerda del casero, ni del sastre después de comer?
¿Dicen que Cervantes no cenó cuando terminó el Quijote?
Pues si el pobre Miguel, con
hambre y todo escribió esa maravilla del arte .de la palabra, ¿qué no hubiera
escrito después de comerse un faisán y haberse bebido media botella de
Chateau-Márgaux?
José Jackson Veyan.
Fot. Retrato de Jackson Veyán Almanaque de la Ilustración ( Bibioteca digital de la Prensa Historica)
Fot. Café Fornos de https://urbancidades.wordpress.com/
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