Desde que los “Hipster” han puesto
de moda el vello facial, nos inundan imágenes de todo tipo de barbas y bigotes que nos hacen retroceder el en tiempo.
Hoy traemos una artículo de José
Jackson Veyán, que se publicó en varias revistas de la época ( finales del
siglo XIX) y recopiló en “Prosa Vil”; recobra actualidad y constituye un manual para
hipster y otro amantes de “los pelos en la cara”.
PELOS EN LA CARA
Ellos
constituyen la ambición de todos los aspirantes a hombres, ya se hallen en estudios mayores o menores, o ya barran
las tiendas y hagan recados, que es el «año
preparatorio» para la carrera del comercio.
Desde que
«apunta» el bozo hasta que «dispara», pasan unas angustias crueles los jóvenes
imberbes, que se tocan todas las mañanas el labio superior, con la esperanza de
encontrar esos cuatro pelos precursores del bigote.
La
corteza de tocino no da resultado. La pomada de paciencia es la única que le
hace brotar al fin y al cabo.
Jackson Veyán |
En
teniendo «pelos en la cara», ya, ninguno se puede dejar pegar impunemente, y
esa es la cuestión más «peliaguda».
Sin
bigote, grande o chico, no se debe hacer el amor a ninguna mujer.
No se
comprende un Tenorio que no pueda retorcerse las guías.
El bigote
casi siempre tiene un nacimiento laborioso.
Lo
primero que suele presentarse es esa «pelusa de melocotón», a la que, los
jóvenes agraciados, llaman «patillas» con el mayor descaro del mundo.
Conviene
afeitarla para que brote con más fuerza, pero no hay chico que no se decida a
quitarse esas dos sombras de algodón en rama. Lo que hacen es pasarse el peine
a «contra pelusa» para estufarla más, y cuando pasan cerca del tranvía retiran
la cara, para no enredarse con una de las plataformas y detener la marcha del
vehículo.
Ha habido
muchos hombres de corazón con la cara limpia como mujeres; y se comprende su
valor. ¡Como que nadie podía «subírsele a las barbas»!
Sin embargo,
pocos quieren el valor a tan alto precio, y casi todos preferimos los «pelos en
la cara» siquiera por tener algo con que entretenernos.
Un bigote
de cerda, de esos cortos y poblados, puede de servir como cepillo de uñas en un
apuro.
Una barba
larga y sedosa puede utilizarse como plumero si llaga el caso, y una perilla
puntiaguda puede servir de pincel, y venirle a un artista que ni «pintada».
Por los
pelos de la cara puede conocerse perfectamente la profesión y hasta el carácter
del individuo.
La barba
corrida es la más general, y adorna lo mismo a los nobles que a los plebeyos.
La
variación consiste en la forma y en el cuidado con que se trate.
Dejándose
la barba, no tienen que hacerle a uno «la barba», lo cual es ya una razón
económica do mucho peso.
Con dos
visitas al mes al peluquero, puede cualquier barbudo presentarse en sociedad
decentemente.
Tomás Bretón |
La barba
«partida por gala en dos» se lleva poco, aunque tiene la ventaja de poderse
acariciar con las dos manos, lo cual resulta muy entretenido.
La barba
«chic o fin de siécle» es la que termina en punta , y entre otras ventajas,
tiene la de que las corbatas no duran ni tres días con el roce de la
brillantina.
La
«sotabarda», como su nombre indica, es el «grado inmediato anterior».
Cuatro
pelos en forma de barboquejo, que se corren de oreja a oreja pasando por la
nuez.
Este
adorno hace muy bien en un banquero acaudalado, en un contramaestre o en un
Ministro de Hacienda.
Antiguamente
llevan sotabarda muchos usureros. Hoy no reparan en «pelillos», y lo que suelen
llevar casi todos es... el «doce por ciento» al mes, que hace muy buena cara.
Tomás Luceño |
Las
patillas cortas unidas al bigote, estuvieron de moda algún tiempo.
Hoy no
las gastan más que algunos comisionistas de tejidos o viajantes de bisutería.
Las patillas
largas, sin bigote, no las usa nadie más que Tomás Luceño. Y algún que
otro camarero de restaurant o de café, o
portero de casa grande.
Las
patillas solas, sin el frac, sin la servilleta al hombro o sin el levitón con
botones dorados, hacen muy mal, aunque le pese a mi distinguido sainetero y taquígrafo
de ambas Cámaras.
La
perilla ancha y unida al bigote en forma de candado, da el aspecto de traidor
de melodrama o de jugador.
López Silva |
La verdad es que una cara con «candado» parece
que está «echando la llave».
El bigote
estrecho y la perilla estrecha visten muy poco.
Un hombre
con bigote y perilla en esa forma no puede ser más que alférez, poeta, o pito
de alabarderos.
El bigote
con mosca es patrimonio exclusivo de tenientes de la clase de tropa.
No sé
romo hay quien pueda resistir «una mosca» siempre debajo de la nariz.
La
patilla recta y corta, sin bigote, está pidiendo a voces unas cuerdas al
hombro, y con ellas se puede llevar un mundo a cualquier parte.
Esta
clase de patillas con bigote corto y perilla, constituían el adorno de los antiguos
progresistas.
No
desperdiciaban nada los pobres señores.
La verdad
es que gracias a esos cuatro pelos y a sus muchas combinaciones, pueden algunos
caballeros estar cambiando de cara todos lo días
¡Y conste que el asunto de estas líneas no puede
estar más «traído por los pelos!»
Jóse Jackson Veyán.
Ilustran fotos de "amigos" de Jackson .
Para finalizar otras etapas de la "barba" de Jackson Veyán
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