martes, 2 de febrero de 2016

"Pelos en la cara", manual hipster por Jackson Veyán



Desde que los “Hipster” han puesto de moda el vello facial, nos inundan imágenes de todo tipo de barbas y bigotes  que nos hacen retroceder el en tiempo.
Hoy traemos una artículo de José Jackson Veyán, que se publicó en varias revistas de la época ( finales del siglo XIX) y recopiló en “Prosa Vil”;  recobra actualidad y constituye un manual para hipster y otro amantes de “los pelos en la cara”.

PELOS EN LA CARA

Ellos constituyen la ambición de todos los  aspirantes a hombres, ya se hallen en estudios mayores o menores, o ya barran las tiendas y hagan recados, que es el «año preparatorio» para la carrera del comercio.
Desde que «apunta» el bozo hasta que «dispara», pasan unas angustias crueles los jóvenes imberbes, que se tocan todas las mañanas el labio superior, con la esperanza de encontrar esos cuatro pelos precursores del bigote.
La corteza de tocino no da resultado. La pomada de paciencia es la única que le hace brotar al fin y al cabo.
Jackson Veyán
En teniendo «pelos en la cara», ya, ninguno se puede dejar pegar impunemente, y esa es la cuestión más «peliaguda».
Sin bigote, grande o chico, no se debe hacer el amor a ninguna mujer.
No se comprende un Tenorio que no pueda retorcerse las guías.
El bigote casi siempre tiene un nacimiento laborioso.
Lo primero que suele presentarse es esa «pelusa de melocotón», a la que, los jóvenes agraciados, llaman «patillas» con el mayor descaro del mundo.
Conviene afeitarla para que brote con más fuerza, pero no hay chico que no se decida a quitarse esas dos sombras de algodón en rama. Lo que hacen es pasarse el peine a «contra pelusa» para estufarla más, y cuando pasan cerca del tranvía retiran la cara, para no enredarse con una de las plataformas y detener la marcha del vehículo.
Ha habido muchos hombres de corazón con la cara limpia como mujeres; y se comprende su valor. ¡Como que nadie podía «subírsele a las barbas»!
Sin embargo, pocos quieren el valor a tan alto precio, y casi todos preferimos los «pelos en la cara» siquiera por tener algo con que entretenernos.
Un bigote de cerda, de esos cortos y poblados, puede de servir como cepillo de uñas en un apuro.
Una barba larga y sedosa puede utilizarse como plumero si llaga el caso, y una perilla puntiaguda puede servir de pincel, y venirle a un artista que ni «pintada».
Por los pelos de la cara puede conocerse perfectamente la profesión y hasta el carácter del individuo.
La barba corrida es la más general, y adorna lo mismo a los nobles que a los plebeyos.
La variación consiste en la forma y en el cuidado con que se trate.
Dejándose la barba, no tienen que hacerle a uno «la barba», lo cual es ya una razón económica do mucho peso.
Con dos visitas al mes al peluquero, puede cualquier barbudo presentarse en sociedad decentemente.
Tomás Bretón
La barba «partida por gala en dos» se lleva poco, aunque tiene la ventaja de poderse acariciar con las dos manos, lo cual resulta muy entretenido.
La barba «chic o fin de siécle» es la que termina en punta , y entre otras ventajas, tiene la de que las corbatas no duran ni tres días con el roce de la brillantina.
La «sotabarda», como su nombre indica, es el «grado inmediato anterior».
Cuatro pelos en forma de barboquejo, que se corren de oreja a oreja pasando por la nuez.
Este adorno hace muy bien en un banquero acaudalado, en un contramaestre o en un Ministro de Hacienda.
Antiguamente llevan sotabarda muchos usureros. Hoy no reparan en «pelillos», y lo que suelen llevar casi todos es... el «doce por ciento» al mes, que hace muy buena cara.
Tomás Luceño
Las patillas cortas unidas al bigote, estuvieron de moda algún tiempo.
Hoy no las gastan más que algunos comisionistas de tejidos o viajantes de bisutería.
Las patillas largas, sin bigote, no las usa nadie más que Tomás Luceño. Y algún que otro  camarero de restaurant o de café, o portero de casa grande.
Las patillas solas, sin el frac, sin la servilleta al hombro o sin el levitón con botones dorados, hacen muy mal, aunque le pese a mi distinguido sainetero y taquígrafo de ambas Cámaras.
La perilla ancha y unida al bigote en forma de candado, da el aspecto de traidor de melodrama o de jugador.
López Silva
 La verdad es que una cara con «candado» parece que está «echando la llave».
El bigote estrecho y la perilla estrecha visten muy poco.
Un hombre con bigote y perilla en esa forma no puede ser más que alférez, poeta, o pito de alabarderos.
El bigote con mosca es patrimonio exclusivo de tenientes de la clase de tropa.
No sé romo hay quien pueda resistir «una mosca» siempre debajo de la nariz.
La patilla recta y corta, sin bigote, está pidiendo a voces unas cuerdas al hombro, y con ellas se puede llevar un mundo a cualquier parte.
Esta clase de patillas con bigote corto y perilla, constituían el adorno de los antiguos progresistas.
No desperdiciaban nada los pobres señores.
La verdad es que gracias a esos cuatro pelos y a sus muchas combinaciones, pueden algunos caballeros estar cambiando de cara todos lo días
 ¡Y conste que el asunto de estas líneas no puede estar más «traído por los pelos!»

Jóse  Jackson Veyán.


Ilustran fotos de "amigos" de Jackson .


Para finalizar otras etapas de la "barba" de Jackson Veyán









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