viernes, 5 de octubre de 2012

FIESTA TORERA


A finales del siglo XIX, en el “género chico” fue muy del gusto del público las obras teatrales con temas taurinos, y José Jackson Veyán que conocía muy bien  aquellos temas que podían arrancar aplausos escribió varias sobre esa temática: Los Matadores, en 1884 en colaboración con Eloy Perillán y Buxó, con música de maestro Rubio; tres en colaboración con su padre Eduardo Jackson Cortes: Toros de Puntas  de 1885, música de Isidoro Hernández, Toros embolados en 1886 y Un torero de gracia, de 1887 música de Ángel Rubio y Casimiro Espino Teisler; La tienta en 1896; y en colaboración con López Silva y música de Federico Chueca, Los arrastrados de 1899 y su “refundición “ El capote de paseo de 1901.
Portada de Madrid Cómico




En esta ocasión  sin embargo no voy  hablar de una obra de temática taurina de José Jackson Veyán sino de su padre Eduardo Jackson Cortés,  Fiesta Torera, juerga cómico-lírica en un acto y en verso, música del maestro Rubio estrenada en el Teatro Martín en octubre de 1884, y más concretamente de la anécdota producida el día del estreno, cuando la empresa teatral para dar mayor realismo decidió sacar un becerro a las tablas. Pero dejemos que nos lo  cuenten los diarios de la época.




El Globo 24/10/1884

“Cuando los aficionados a toros que anoche no asistieron  al estreno de la juerga cómico-lírica, titulada Fiesta torera, sepan hoy lo que al final de la representación ocurrió en el teatro de la calle Santa Brígida, envidiarán  al publico que llenaba todas las localidades, y que presenció un espectáculo respecto del cual, por estar seguros de que no se repetirá, omitimos las duras, pero justificadas frases  con que estábamos  dispuestos a censurarlo.
     La obrita había llegado casi a su termino entre la complacencia del publico. Las variadas escenas de que se compone, había resultado animadas y divertidas. Era tal el juguete un cuadro de fiesta popular en que se celebraba una ridícula boda de gente macarena, y en el cual mostrábase gracejo, donaire, y la alegría propia del caso.
     La señora García, con la sal que todos le reconocemos, había cantado, en compañía del señor Sánchez, un precioso dúo, que el público celebró, pidiendo que se repitiera, y en le cual no intervino la autoridad, no obstante ser un dúo marcadamente republicano federal por las infinitas veces que el hombre de pi…pi…pí…surgía tierno y meloso de los labios de los cantantes )[Se refiere el periodista a la posible alusión a D.Francisco Pi y Margall]; habían salido a relucir varias veces las navajas de los circunstantes( lo que es de muy mal efecto); se había entonado un lindísimo tango, bailándole con su gracia de costumbre  la señorita Yébenes; se habían pronunciado discursos amenos y chistosos; el señor Valdegain había interpretado con mucha verdad el carácter de gitano especulador y fullero, y  todos los demás artistas habían cumplido como buenos, cuando llegó el momento fatal de que el hijo de la recién casada para vengarse del que ha pasado a ser su padrastro, soltase a un toro a los concurrentes a la fiesta
     No era un toro en toda la ejecución de la palabra; pero era un aspirante de veras, un becerrillo del cual sin duda esperaban los autores la obtención del aplauso más nutrido de la obra.
     Pero a ese personaje de última hora se le antojo que estaría mejor en las butacas que en las tablas, y tirando de la cuerda que lo sujetaba, salto al lugar de la orquesta, ocasionando con este motivo gran movimiento y ruidosa alarma entre los espectadores.
     Duró la confusión algunos instantes; y entre las protestas de unos y las características voces de ¡otro toro!, ¡otro toro! Dadas por el numeroso público de las galerías, la pobre res fue sacada de aquel sitio por la puertecilla del foso.
     La dureza con que pensábamos tratar a la empresa del teatro Martín que tales espectáculos ocasiona, ha tomado cierto carácter de blandura desde el momento en que hemos recibido un volante de la persona que la representa asegurándonos que no se repetirán semejantes escenas.
     El becerro será despedido de la compañía, y los apreciables artistas que la componen no alternarán más con un compañero que extralimita su papel de semejante modo.
     ¡Enhorabuena! Pase los de anoche como escarmiento, y aprendan los demás teatros de Madrid en cabeza de res ajena.
     Por lo demás, la juerga estrenada anoche en Martín, bajo el titulo de Fiesta torera, y de la cual son autores, de la letra el Sr Jackson y de la música el señor Rubio, no necesita de becerros legítimos para ser celebrada y aplaudida”.


La Iberia 29/10/1884

“UNA FIESTA TORERA”
“Si el Sr. Méndez de la Vega no quiere que el público lo abandone por completo, es preciso que pase de las novilladas a las corridas formales.
     Y se lo decimos porque ha salido quien le haga la competencia.
     Dígalo sino el espectáculo dado anoche en el teatro Martín.
     Sin que la primera autoridad de la provincia hubiere autorizado el cartel, el escenario del coliseo de la calle Santa Brígida se convirtió en circo taurino, lidiándose un novillo, que saltó a la orquesta y primeras filas de butacas, proporcionando grandes sustos y el escándalo consiguiente, que duro más de un cuarto de hora.
     Varias señoras se desmayaron.
Se verificaba el estreno de Una fiesta torera, y al final de la representación ocurrió lo que dejamos dicho.
     Para que cada cual quede en el lugar que le corresponde, y no se confunda los autores de la nueva obra con la dirección del teatro, debemos decir que el libro de Una fiesta torera está bien hecho, que la música es alegre y de buen efecto, y que el público había aplaudido a los autores señores Jackson y Rubio.
     Al terminar la becerrada oímos decir que el maestro Hernández dirigirá la orquesta desde hoy armado de muleta y estoque, y que a  los lados del proscenio se situaran las cuadrillas de Manene y Punteret.
     Esto, por supuesto, si la autoridad no toma más radicales precauciones”.

El Imparcial 29/10/1884

“Se había anunciado el estreno de Una fiesta torera, y las localidades se llenaron de bote en bote. A las nueve y media de la noche no había en el despacho una sola localidad disponible ni una entrada.
     Hay en Una fiesta torera un joven matador que aspira a la mano de una vieja prehistórica, viuda de siete maridos, matadora por derecho propio.
     La cuadrilla se indigna ante el mal gusto de su jefe, y hace a la siete veces viuda una guerra sin cuartel. Y el matador, tenza que tenza, a todo trance empeñado en casarse con la pícara vieja.
     Pero ni los disgustos de la cuadrilla, ni la fealdad de la novia, ni todas las peripecias taurinas en que la obra abunda impiden que la señora García se cante un tango, bailado por la señorita Yébenes entre los aplausos de los toreros y el público.
     Un acontecimiento inesperado vino a turbar por algunos momentos la juerga que se desarrollaba en el palco escénico y la satisfacción con que el público veía el espectáculo. El novillo lactante que para amenizar la Fiesta, apareció en el escenario se desprendió de la cuerda que lo sujetaba y salto la barrera, es decir, se arrojó sobre las butacas de orquesta, pero mansa y tranquilamente, sin odios ni rencores para nadie, sólo con el propósito de recobrar la perdida libertad.
     Los atacados por el tierno bicho pusieron el grito en el cielo: asustaronse las señoras, y los más recelosos de entre los espectadores treparon a las plateas o como si dijéramos, tomaron el olivo.
     Por espacio de algunos minutos fue confusión en la sala y en el escenario, hasta que el ternero fue capturado y reducido a la obediencia. Los bramidos de su mama le recordaban las dulzuras del hogar vacuno.
     Era natural que, cansado de locuras y devaneos teatrales, procurara acudir  adonde le llamaba la voz de la sangre.
     Se restableció por fin el orden y se acabó la Fiesta torera . Entonces quiso el publico saber quienes eran los autores y lo dijeron: de la letra el Sr. Jackson, y de la música el Sr. Rubio.
     Con lo que se dio por satisfecho, no sin antes haber aplaudido y llamado a escena a los Sres. Rubio y Jackson, y a los actores que as se distinguieron en el desempeño de sus respectivos papeles.
      Muy cuerdamente la Empresa ha resuelto suprimir la lidia del becerro. Por si alguna vez ocurre que esa ú otra Empresa tiene el mal gusto de convertir la escena en plaza de toros, bueno será que ajuste algún lidiador acreditado, para estar a los quites y dirigir al brega, a fin de que el publico no sufra el menor achuchón.
     Por lo demás, Una fiesta torera, es dentro de las varáis piezas cómico-taurino-flamencas que ahora privan, una de las mejores.”

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